En el corazón mismo de la Biblia, entre miles de palabras y en medio de innumerables enseñanzas, yace un versículo simple pero profundamente poderoso: “Mejor es refugiarse en el Señor que confiar en el hombre.” Este versículo, el Salmo 118:8, se posiciona no sólo como el núcleo geográfico de la Escritura, sino como un faro de sabiduría espiritual.
Este mensaje resuena a través del tiempo, recordándonos que en un mundo donde la incertidumbre a menudo sacude los cimientos de lo que creemos seguro, existe una fuente de fortaleza y seguridad que permanece inmutable. En este versículo se encuentra una invitación a cultivar una confianza que trasciende las limitaciones humanas, una confianza que no se basa en las estructuras efímeras de la sociedad o en las promesas de los hombres, sino en la eterna presencia de lo divino.
Este pasaje, eco de un consejo eterno, nos anima a mirar más allá de nuestras inquietudes terrenales y a encontrar refugio en la inquebrantable promesa del amor divino. En momentos de dificultad o cuando la traición y la desilusión parecen acechar en cada esquina, el Salmo 118:8 ofrece un recordatorio conmovedor y sereno de que, por encima de todo, es en Dios donde podemos hallar un santuario seguro y una paz perdurable.
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